© Nacho Uribesalazar |
Un importante despacho de abogados nos propuso a los arquitectos, el reto de intervenir el interior del edificio Castelar, el icónico edificio de la Castellana madrileña, obra del arquitecto Rafael de la Hoz. Debido a su plan de crecimiento, el despacho de abogados necesitaba adaptar el edificio para dotarle de oficinas con capacidad suficiente para alojar a 200 abogados y a otras 100 personas dedicadas a tareas no jurídicas (secretarias, administración, marketing, recursos humanos, informática, etc), 11 salas de reuniones de diversas dimensiones, un auditorio y una gran biblioteca que debía estar situada en el gran atrio central.
El proyecto se divide en dos, a partir de dos estrategias diferentes: la zona productiva (oficinas de abogados) ubicada en la torre suspendida de vidrio, y la zona representativa (recepción de clientes, salas de reuniones, auditorio y biblioteca) ubicada en la base del edificio.
En la torre el espacio se organiza en despachos independientes para los abogados, que se adosan a la fachada con un acabado sintético formado por vidrios, lacas y laminados de color gris claro capaces de soportar el desgaste diario y que difunden la luz por todo el espacio.
En la base, se decide actuar integrando los nuevos elementos añadidos, utilizando para ello el mismo lenguaje abstracto y mínimo del edificio existente, pero diferenciando lo original de lo añadido. Se introducen la madera de arce, el fieltro de lana natural y el acero inoxidable esmerilado como paleta de materiales que se integran con el travertino existente en el edificio y la piedra negra metamórfica de diferentes texturas y la luz artificial como materiales de contraste. En este conjunto se encuentran la zona administrativa, recepción, salas de reuniones, auditorio y biblioteca organizados del siguiente modo: Tras la gran escalinata, en el acceso, se ubica la recepción con un mostrador central, bruto y natural de piedra negra y madera de arce como elemento organizador y una zona de espera contemplativa como únicos elementos frente al telón de fondo de la piedra caliza en bruto bañada por la luz natural que entra por el gran lucernario.
La planta superior se destina completamente a espacio de reuniones. Las salas debían tener un alto grado de intimidad y privacidad. Los cerramientos debían ser opacos y conservar las conversaciones en su interior, pero a su vez queríamos conservar en la medida de lo posible la continuidad espacial característica de este espacio, de modo que en lugar de puertas, se diseñan unos muros pivotantes de gran espesor y tamaño que son capaces de aislar perfectamente las salas y a su vez permitir dar continuidad al espacio que conecta con la Castellana cuando no hay gente reunida en su interior.
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